EN TORNO A LA OBRA DEL POETA
MIGUEL VEYRAT MIEMBRO DE
LA CITA ES EL POEMA
Semblanza crítica: Semblanza
La fraternité, ce n'est pas seulement donner ce que
l'on a, c'est avant tout offrir ce que l'on est.
(Marie de Solemne)
De Miguel
Veyrat (Valencia, 1938) se conocen las verdades más trilladas, como que fue un
gran reportero y columnista político en España, crítico activo contra el
franquismo, y posteriormente uno de los corresponsales más aplaudidos en el
extranjero. También que, de hecho, cuando se encontraba en los años 70 en París
con su ex mujer la poeta Clara Janés y su hija Adriana (hoy en día una
escultora de éxito), participó activamente en los medios políticos e
intelectuales exiliados en la capital francesa que luchaban para hacer posible
la llegada de la democracia. A su regreso, desde sus numerosos cargos
periodísticos contribuyó a la liberación de la prensa escrita y los medios
audiovisuales en España.
Pero todos
estos acontecimientos, mediatizados por el oficio de periodista y las agitadas
vueltas y revueltas de la vida personal de este poeta, han hecho que su obra no
haya llegado adecuadamente hasta el lector contemporáneo antes de principios
del siglo XXI, lo que sucedió a partir de la publicación en 2002 del hermoso
libro La voz de los poetas.
Miguel Veyrat iba a nacer en ese momento a la auténtica crítica literaria. Una
pregunta cruzaba por entonces la mente del lector: ¿había publicado este poeta
antes de 2002? La respuesta afirmativa llevaba entonces al descubrimiento de
publicaciones muy anteriores, como Coplas
del vagabundo (1959), Antítesis
primaria (1975), Aproximática
(1978), Adagio desolato
(1985), Edipo en Chelsea
(1989), El corazón del glaciar
(1990), Última línea rerum
(1993), Elogio del incendiario
(1993), Contraluz (1996) o Conocimiento de la llama (1996). Era
cierto: existían libros publicados, pero el concepto pleno de una obra en
marcha llegó con la madurez del poeta, cuando se liberó de las garras del mundo
periodístico y sufrió un mal que trivialmente se suele llamar depresión, y que
en el caso de Miguel Veyrat constituiría el nacimiento de un genio literario
preocupado por entender «la inasible fraternidad». Ese concepto que nos brinda
la filósofa Marie de Solemne y que nos conviene a la perfección para entender
la trayectoria de la escritura de Miguel Veyrat.
Efectivamente,
lo que persigue con ansiedad este poeta es el deseo de trascender la
indeterminación de ser un humano digno de ese nombre, sin renunciar al limpio
compromiso del intelectual, que radica en avanzar continuamente en el
conocimiento de los demás y de sí mismo. La poesía de Miguel Veyrat retoma
entonces la ruta del origen del pensamiento humano, recorriendo las Fronteras de lo real (2007): un libro en
el que late su espíritu crítico advirtiendo a su lector de los pasos fracasados
del entendimiento humano, cuando este sólo se plantea la verdad a través del
acto político o religioso, ya que entonces logra aniquilar y adormecer las
conciencias corriendo el riesgo del perenne naufragio del vivir en paz. Así lo
denuncia en Babel bajo la luna
(2005), donde la vuelta al mito de Babel nos coloca ante la pregunta de qué es
entender al otro. ¿Se trata acaso de seguir las disonancias entre las lenguas y
las culturas, según el dogma impuesto de la maldición y de la dispersión? Un
planteamiento que va vinculado a los demás y a la relación con ellos para
ahondar la latitud, se nos aparece en la antología Desde la sima (2004): ¿cuándo empieza la salida del mundo?
¿Con el albor de la muerte? Será cuando el camino de la soledad empiece a
constituir una «gracia» -en el sentido en que contrarresta la pesanteur de la que hablaba Simone Weil o el cristal de aliento querido por Celan;
la transparencia, en suma-,
porque se establece con y frente a uno mismo (Instrucciones para amanecer, 2007). Este arranque también
conjuga sus raíces con el paradigma del «guía» de María Zambrano, filósofa
disidente de toda idea de sistema y que intuyó previamente al contagio
intelectual de la era lingüística de la segunda mitad del siglo XX, penetrada del
convencimiento de que no hay otra realidad que se nos pueda dar fuera de la
escritura: «Más allá de las circunstancias que circundan el horizonte se llama
al que busca el conocimiento, que es simplemente el que no abandona, el que no
suspende el sentir originario, el que no desoye ni desatiende la presencia no
objetiva de algo, de un centro que a sí mismo y a su contorno trasciende» (Los bienaventurados, 2003).
Mas Miguel
Veyrat, gran lector de esta filósofa y autor de «María Zambrano o la
continuidad filosófica» -prólogo que abre el libro de José Luis Abellán María Zambrano, una pensadora de nuestro tiempo (2006)-,
no busca en cambio ninguna razón poética que enmarque o justifique su trabajo
lírico, porque como poeta está convencido de que ese inasible de la palabra
solo se ofrece mediante la entrega de la palabra misma, que en su ascenso o
descenso se convierte en lágrima o en latido, en perfil de un rostro humano que
vaga por el ritmo en busca de un entendimiento de sí: «el del último límite».
De ahí el acierto crítico de Miguel Veyrat al reeditar lo que fue primero una
alabanza en Elogio del incendiario
(1993), y que hoy se convierte y asienta -en visión crítica desde la raíz del
poema- en fuente de conocimiento: El
incendiario (2007). Esta reedición pulida aclara de nuevo al lector
la meta de la vida en la obra de Miguel Veyrat, que yo calificaría aquí con un
título de Cioran: Soledad y destino.
Una soledad que no renuncia al diálogo ni con los muertos ni con los vivos,
presenciando ese albor que raya la vida y a la vez la impulsa a seguir siendo
no un renuncio, sino un deseo de amor y de fraternidad, en el que esta palabra
signifique un desafío moderno: «La fraternidad no es sólo dar lo que se tiene,
es ante todo ofrecer lo que uno es» (Marie de Solemne).
En esta
entrega hemos de leer y considerar la escritura de Miguel Veyrat sólo en su
fluir de palabras que nos conmueven y despiertan misteriosamente nuestro
sentido crítico, a través de múltiples diálogos de las culturas con voces
maestras de poetas españoles y extranjeros, de filósofos, de pensadores que van
hilando la travesía de la indeterminación de ser, esa frontera de la realidad
por superar siguiendo el incendio y combustión de la «brasa» en el poema «A
zaga de tu huella»:
Extrema brasa
Dueña de su aliento
Y de su ruta:
Como luz
Primer ardor del día
Claridad que canta
Cruza la palabra.
El estruendo
-A la alondra
Sorprendida-
Acribilla y mata.
Y el ardor
del día inicia a la instrucción de un amanecer, el de aquel «Último límite»:
Se turba en la frontera,
Agua viva que no quiere
Confundirse en agua oscura:
Saltar de amor resplandeciente
A los áridos ríos de inerte corazón.
Cruza el puente un hombre solo
Con su callado terror.
Hemos de
subrayar finalmente que Miguel Veyrat sazona su escritura poética comprometido
con la traducción de poetas de lengua francesa. Esta labor le proporciona el
hondo conocimiento del otro, de ese poète frère que renace en el idioma español.
Recordemos, pues, aquí su tarea de traductor de Los pasos perdidos de Breton (1970), Pensamientos bajo las nubes de Philippe
Jaccottet (2002), Antología fluvial
de Jacques Darras (2006), Cinco cartas a
Elena, también de Jacques Darras (2007), El amor al nombre de Martine Broda
(2006) y los últimos poemas redactados en vida por esta investigadora y poeta,
con el título de Deslumbramientos
(2009).
Françoise
Morcillo
Université d'Orléans
Université d'Orléans
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